Una de las cosas que hace que la vida sea tan interesante es el cambio continuo. No hay dos momentos iguales y lo que hoy nos funciona mañana ya no servirá como estrategia. Cada momento requiere de nosotros diferentes cualidades.
Si intentamos ser los mismos frente a diferentes desafíos probablemente perdamos efectividad. A veces cuando esto sucede, queremos controlar la realidad externa para que no cambie, porque el cambio de la realidad nos interpela a cambiar.
¿Qué pasaría si en vez de pelearnos con el cambio lo viéramos como una oportunidad?
Es posible crecer a partir de los desafíos y esa es una tremenda oportunidad que nos regala la vida.
El mundo actual nos presenta infinidad de desafíos. Los cambios son cada vez más vertiginosos y la volatilidad de la realidad hace que además la velocidad del cambio sea cada vez más rápida. Además, el contexto se va volviendo cada vez más complejo: múltiples variables que funcionan en simultáneo aún aunque parecen contradictorias, abriéndole camino a la ambigüedad, y teniendo que abrazar la incertidumbre.
La resiliencia es esa capacidad de enriquecernos a partir de los momentos desafiantes, hacer del desafío una oportunidad para crecer. Nos invita a transformar el dolor en fuerza motora para superar los desafíos.
Claro que no se trata de generarnos dificultades adrede, sino de aprovechar las dificultades que se presentan y ponerlas al servicio de algo. En cada desafío, tenemos la posibilidad de elegir en qué persona nos vamos a convertir. Podemos resignarnos, enojarnos, frustrarnos, resentirnos. O podemos elegir crecer, desarrollarnos, aprender, y aceptar.
La resiliencia nos invita a desarrollar una mejor versión de nosotros mismos, a conocernos y a superarnos. No se trata de ser más fuertes, más duros, más impenetrables. Por el contrario, la resiliencia nos ayuda a desarrollar virtudes como la flexibilidad y la templanza.
Obstáculos para el desarrollo de la resiliencia
Si bien los desafíos son una oportunidad para crecer, no siempre nos resulta tan fácil. Entre los obstáculos más frecuentes podes mencionar:
Tendencia a postergar o procrastinar. Esta tendencia no nos permite afrontar el desafío.
Resistencia al cambio por la que busco hacer más de lo mismo, y esto no me permite crecer.
Tendencia a querer controlar lo que sucede en vez de abrirse a la oportunidad del desafío.
Rigidez a nivel del pensamiento y del comportamiento generando respuestas poco flexibles.
Baja regulación emocional que lleva a desarrollar altos niveles de angustia y ansiedad.
Claves para enriquecernos con los desafíos
La resiliencia es como un músculo que hay que ejercitar. Para ello podemos seguir estos cinco pasos:
01. Observar la situación desafiante con detalle para entender de qué se trata y por qué me resulta un desafío.
02. Explorar mis respuestas habituales a esa situación y detectar cuál es mi impulso de acción.
03. Analizar otras posibles respuestas a ese desafío.
04. Intentar poner en práctica una respuesta diferente a la habitual.
05. Seguir practicando esa nueva respuesta en otros escenarios.
Como la práctica hace al maestro, ¡a practicar, que en definitiva practicar es vivir!